sábado, diciembre 27, 2025

Ricardo Gil Lavedra: La autoridad moral que sobrevive al ruido mediático

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En una era donde la abogacía a veces parece reducirse a quién grita más fuerte en un panel de televisión o quién tiene más seguidores en redes, la figura de Ricardo Gil Lavedra se erige como un faro de otra época. Es el último «estadista» del derecho argentino. Crónica del hombre que juzgó a los dictadores a los 35 años y que hoy, desde la presidencia del Colegio Público, representa la vuelta a la sobriedad institucional.

Si los abogados mediáticos son el «show business» del derecho penal, Ricardo Gil Lavedra es la ópera clásica. Su prestigio no se construyó en los estudios de televisión, sino en los momentos más dramáticos y fundacionales de la democracia argentina recuperada.

Mientras otros letrados construyen su fama defendiendo a figuras de la farándula o peleando en el barro de la política coyuntural, Gil Lavedra ostenta una chapa que muy pocos tienen en el mundo: fue uno de los jueces que, en 1985, sentó en el banquillo y condenó a las Juntas Militares de la dictadura más sangrienta de nuestra historia.

Ese hecho, por sí solo, le otorga una «inmunidad diplomática» moral en el ambiente. Se puede estar en desacuerdo con sus posturas políticas (es un histórico radical), pero nadie en el universo jurídico se atreve a cuestionar su integridad técnica o su compromiso democrático.

El peso de la historia: El joven juez del «Nunca Más»

Es difícil dimensionar hoy lo que significó ser Ricardo Gil Lavedra en 1985. Con apenas 35 años, integró la Cámara Federal que llevó adelante el juicio oral y público a los comandantes. No había TikTok, no había redes sociales para buscar apoyo; había amenazas de bomba reales, presiones militares y un país que contenía la respiración.

La imagen de ese tribunal joven y serio, escuchando los testimonios del horror con frialdad procesal para luego dictar una sentencia histórica, cimentó su reputación para siempre. Desde ese momento, Gil Lavedra dejó de ser solo un abogado para convertirse en un personaje histórico vivo.

Ese capital simbólico es el que lo diferencia del resto. Su autoridad no emana de la estridencia, sino del silencio de haber hecho lo correcto cuando las papas quemaban de verdad.

El político y el académico: La institucionalidad ante todo

A diferencia de los «outsiders» que desprecian la política tradicional, Gil Lavedra siempre jugó dentro del sistema. Fue Viceministro del Interior de Alfonsín, Ministro de Justicia y Derechos Humanos durante el gobierno de la Alianza, y diputado nacional por la UCR.

Representa al ala «institucionalista» de la política y el derecho. Es el profesor de la UBA de trajes impecables y lenguaje cuidado, el que defiende la división de poderes y los procesos republicanos por sobre los atajos populistas, vengan de izquierda o de derecha.

En un país acostumbrado a los volantazos y a los liderazgos mesiánicos, su figura a veces parece anacrónica, pero a la vez necesaria. Es el abogado al que se consulta cuando los problemas requieren una mirada de Estado y no una chicana televisiva. Su estudio no se dedica al «circo» mediático, sino a litigios complejos y asesoramiento de alto nivel donde la discreción es un valor.

El regreso al ruedo gremial: La batalla por el Colegio Público

Muchos pensaban que Gil Lavedra ya estaba en una etapa de «bronce», retirado de las batallas diarias. Sin embargo, en 2022 sorprendió al bajar al barro de la política gremial para disputar la presidencia del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (CPACF).

Enfrentó y derrotó al aparato de Jorge Rizzo, que llevaba años manejando el Colegio con un estilo más populista y confrontativo. El triunfo de Gil Lavedra fue leído como una señal potente dentro de la matrícula: una necesidad de muchos abogados de recuperar cierto prestigio perdido, de volver a una representación gremial más seria y menos «barrabrava».

Hoy, desde ese lugar, Gil Lavedra intenta imponer su sello de sobriedad técnica y defensa institucional en una profesión cada vez más precarizada y expuesta.

Ricardo Gil Lavedra es la demostración de que, incluso en la Argentina del show permanente, todavía hay espacio para el prestigio construido a la vieja usanza: con fallos históricos, rigor académico y una conducta que resiste el archivo.

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