sábado, diciembre 27, 2025

El Método Burlando: Crónica del hombre que convirtió a los tribunales en el mayor espectáculo de la televisión argentina

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Lo aman o lo detestan, no hay término medio. Desde defender a los «malos» más odiados del país en los 90 hasta convertirse en el vengador de las víctimas en el caso Báez Sosa. Esta es la radiografía sin filtro de Fernando Burlando, el abogado platense que entendió antes que nadie que, en este país, la justicia no solo se firma en un expediente, sino que se milita en el prime time.

Si mañana estalla un quilombo judicial en Argentina que mezcle sangre, poder, política o farándula, podés apostar tu matrícula a una sola cosa: Fernando Burlando va a estar metido en el medio.

Con ese bronceado eterno que parece de otra latitud, los trajes a medida que cuestan lo que sale un auto usado, y esa forma de hablar pausada —casi susurrada, incluso cuando está tirando una bomba nuclear jurídica—, Burlando logró algo que casi ningún abogado consigue: trascender el nicho. Ya no es un simple penalista; es una marca registrada. Es el tipo al que llaman cuando las papas queman de verdad y tenés la billetera para bancarlo, o cuando un caso conmueve tanto al país que él decide «bajar al barro» gratis para ponerse la cucarda de la justicia popular.

Pero ojo, reducir a Burlando al mote de «abogado mediático» es de gil. Es subestimarlo. Y muchos fiscales y colegas que se comieron la curva del personaje televisivo terminaron perdiendo por goleada en el juicio oral. Porque detrás de las cámaras hay un litigante de raza, un tipo criado en los pasillos de Tribunales de La Plata —hijo de juez, mamó esto de pibe— que conoce los resortes más oxidados del sistema y no tiene drama en usarlos todos.

Su carrera es una montaña rusa espectacular. Un viaje que lo llevó de ser el «abogado del diablo», el que defendía lo indefendible, a transformarse en la cara visible del dolor de una sociedad harta de la impunidad. ¿Cómo hizo ese giro de 180 grados sin despeinarse?

El bautismo de fuego: meterse en la boca del lobo

Para entender al Burlando de hoy, el que se abraza con las madres del dolor, hay que rebobinar hasta los picantes años 90. Un Burlando pendejo, que apenas pasaba los 30, tomó una decisión que te marca la cancha para siempre: agarró la defensa en el caso más radiactivo de la década, el crimen del fotógrafo José Luis Cabezas.

Acordate lo que fue eso. Verano del 97 en Pinamar, mafias, Yabrán, la policía bonaerense prendida fuego. El país pedía cabezas. ¿Y qué hizo Burlando? Asumió la defensa de «Los Horneros», la banda de delincuentes comunes de La Plata contratada para hacer el trabajo sucio.

Socialmente era un suicidio. Era ponerse la camiseta de los villanos. Pero técnicamente, fue su vidriera al mundo. En un juicio oral que miraba todo el país, el tipo demostró que tenía muñeca. Embarró la cancha, planteó nulidades, metió presión. Mostró que no le temblaba el pulso para defender a clientes que ya estaban condenados por la gente antes de entrar a la sala.

Ahí nació la etiqueta del «sacapresos». El abogado bravo, el que te podía salvar las papas con tecnicismos cuando estabas hasta las manos. Durante años, esa fue su chapa: un defensor técnico, frío, capaz de dejar la moral en la puerta del estudio si el cliente pagaba bien.

El «Tribunal Paralelo» de la tele y la farándula

A medida que su nombre crecía, Burlando entendió algo fundamental de la justicia argentina moderna: el expediente importa, pero la tapa de los diarios importa más.

Empezó a jugar a dos puntas. Litigaba frente a los jueces y, al rato, estaba sentado en el living de Susana o en lo de Tinelli. Se convirtió en el escudo de los famosos. Manejó divorcios millonarios, escándalos de drogas, quilombos de polleras y acusaciones graves.

La cátedra la dio cuando defendió a Claudia Villafañe contra Maradona. Imaginate tener enfrente al Diego, con todo lo que implicaba, acusando a la exmujer de chorra. Burlando montó una estrategia brillante: mientras en lo civil y penal se mataban por las camisetas y la guita, en los medios construyó una muralla alrededor de Claudia, humanizándola y dejando a Maradona en offside. Ganó casi todas esas batallas porque entendió que tenía que ganar la opinión pública para condicionar a los jueces que no querían quedar como los «malos» de la película.

Su estudio se transformó en una máquina de guerra mediática. Ahí no solo se preparan los alegatos; se decide qué se filtra a la prensa, qué se dice en el móvil en vivo y qué imagen conviene vender. Para Burlando, la cámara de TV no es un accesorio para figurar; es una herramienta procesal más para meter presión.

Pero la jugada maestra, la que le cambió el perfil para siempre, llegó en el verano de 2020. Cuando mataron a Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, el país entero sintió la piña. La indignación era total.

Y ahí apareció él. El abogado de los ricos, el de los famosos, el que había defendido a tipos pesados, anunció que iba a representar a Graciela y Silvino, dos laburantes humildes, y que lo iba a hacer pro bono. Gratis.

Muchos pensaron: «Listo, este busca cámara para lavarse la cara». Pero lo que hizo fue desplegar todo el «Método Burlando» al servicio de las víctimas. Puso a todo su ejército de abogados junior, peritos propios y su poder de fuego mediático a laburar 24/7 para la familia Báez Sosa.

Durante los tres años que duró la causa, Burlando no dejó que el tema se enfriara. Mantuvo la presión alta, no dejó dormir a los fiscales de Dolores y construyó una acusación de hormigón. El juicio fue su obra cumbre. Los alegatos, con esos videos sincronizados de los golpes, fueron demoledores.

El resultado lo conocemos todos: perpetuas y condenas durísimas. Pero más allá de la sentencia judicial, hubo una sentencia social. La imagen de un Burlando quebrado, llorando abrazado a la madre de Fernando después del veredicto, terminó de cerrar su metamorfosis. Para el grueso de la gente, ya no era el «cuervo» de los 90; se había transformado en una especie de vengador con matrícula.

Hoy, Fernando Burlando juega en una liga propia. Sigue siendo polémico, sigue cobrando fortunas por casos privados y su estilo de vida a todo trapo sigue haciendo ruido en un país que no llega a fin de mes. Pero entendió el juego mejor que nadie: en la Argentina, para ser el número uno, no alcanza con saber derecho penal; tenés que saber montar el show. Y en ese circo, hace rato que él es el dueño de la carpa.

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