Lejos del barro de los casos policiales sangrientos y de las peleas a los gritos en los paneles de televisión, existe otra liga en el derecho penal argentino. Una liga silenciosa, de trajes impecables, estudios en Oxford y causas federales que mueven millones de dólares. En ese mundo de altísima complejidad técnica, el apellido Durrieu es sinónimo de excelencia, tradición y resultados discretos.
En el ecosistema legal argentino, hay apellidos que funcionan como marcas registradas. Portar el apellido Durrieu en el fuero penal es, de entrada, una carta de presentación que abre puertas y exige respeto en los tribunales de Comodoro Py y en el Penal Económico.
Pero Roberto Durrieu (h) no se quedó cómodo bajo la sombra del legado de su padre, uno de los penalistas más célebres del siglo pasado. Supo tomar esa herencia y modernizarla, transformando el estudio familiar en una boutique legal de vanguardia especializada en lo que más duele a las corporaciones modernas: el riesgo penal empresario, el lavado de activos y los delitos financieros complejos.
Mientras otros colegas construyen su fama en la tapa de los diarios, Durrieu construyó la suya en los pasillos de la academia internacional y en las salas de reuniones de los directorios más importantes del país. Es el penalista al que llaman los CEOs cuando el problema no se soluciona con relaciones públicas, sino con una ingeniería jurídica de precisión.
La formación de la élite: De Buenos Aires a Oxford
Lo que distingue a Durrieu de la media no es solo su capacidad de litigio, sino su densidad académica. Entendió temprano que el derecho penal moderno ya no se trata solo del Código local, sino de cómo este interactúa con el mundo.
Su doctorado en la Universidad de Oxford (donde se especializó en temas de lavado de dinero y recupero de activos) le dio una perspectiva global que pocos tienen en el mercado local. Esta formación le permite hablar el mismo idioma que los fiscales internacionales y los departamentos de compliance de las multinacionales.
No es solo un «sacapresos» de lujo; es un jurista que piensa el derecho, que publica libros de doctrina y que entiende las tendencias globales de persecución penal antes de que aterricen en la Argentina.
El nicho del poder: Delitos económicos y la «caza» de activos
El campo de batalla de Durrieu no son los crímenes pasionales. Su especialidad son los «delitos de guante blanco». Fraudes corporativos, evasión tributaria compleja, corrupción a gran escala y, muy especialmente, el recupero internacional de activos.
En un mundo globalizado, donde el dinero robado o defraudado se mueve en segundos a paraísos fiscales, Durrieu se convirtió en uno de los mayores expertos regionales en rastrear y recuperar esos fondos. Es una tarea que requiere la precisión de un relojero y la tenacidad de un sabueso, combinando herramientas financieras con acciones legales transfronterizas.
Además, fue pionero en Argentina en entender la importancia del Compliance (cumplimiento normativo). Antes de que la ley de responsabilidad penal empresaria fuera una realidad en el país, Durrieu ya asesoraba a compañías para blindarlas preventivamente contra riesgos de corrupción interna.
El estilo: La discreción como arma letal
Si el éxito de otros se mide en minutos de aire en televisión, el éxito de Durrieu muchas veces se mide en el silencio. Sus mayores victorias suelen ser aquellas que no llegan a los titulares: la causa compleja que se desactiva en la instrucción, el acuerdo favorable que salva la reputación de una empresa, el activo recuperado en silencio.
Representa un estilo de abogacía que valora la sobriedad, el rigor técnico extremo y el trato «entre caballeros» con fiscales y jueces. No necesita gritar en un móvil para imponer respeto; su track record y la solidez de sus escritos judiciales hablan por él.
Roberto Durrieu encarna la versión más sofisticada del derecho penal argentino. Es la demostración de que se puede estar en la cima de la profesión manteniendo un perfil bajo, priorizando la excelencia académica y entendiendo que, en las grandes ligas del poder económico, la discreción no es una opción, sino la estrategia más rentable.
