No construyó su fama con fallos académicos ni defendiendo a ídolos populares. Francisco Oneto se convirtió en una marca registrada a fuerza de gritos en la TV, clips virales en TikTok y una postura de «troll» jurídico que capitaliza el hartazgo contra lo políticamente correcto. Retrato del abogado que entendió que, hoy, ganar una discusión en vivo garpa más que ganar un juicio.
Si abrís YouTube o TikTok buscando debates legales picantes en Argentina, te vas a chocar inevitablemente con su cara. Grita, gesticula, interrumpe, acelera a 200 kilómetros por hora y tira artículos del Código Penal como si fueran piñas en un ring de boxeo.
Francisco Oneto no es el típico abogado penalista de traje gris y habla pausada que busca seducir a un juez. Es un producto genuino de esta era polarizada: un letrado de trinchera mediática que entendió que la audiencia no busca Justicia con mayúscula, sino ver sangre en el debate.
Su ascenso no se mide en sentencias favorables, sino en views. Oneto es el representante legal de una generación que siente que el sistema judicial es una puerta giratoria y que el discurso progresista es una mordaza. Él es el tipo que va a la televisión a decir, a los gritos y con términos jurídicos, lo que muchos piensan en la sobremesa del domingo y no se animan a decir.
El origen del «Nivel Dios»: El algoritmo como juez
El apodo que lo hizo famoso no se lo puso un jurista de renombre ni la prensa tradicional. «Abogado Nivel Dios» es un bautismo nacido en los comentarios de YouTube y fogoneado por canales que editan sus intervenciones.
Oneto capitalizó como nadie el formato del debate televisivo de la tarde, ese donde no importa quién tiene la razón jurídica, sino quién deja callado al otro. Sus compilados «domando» (el verbo preferido de su fandom) a feministas, periodistas kirchneristas o políticos «tibios» son su verdadero currículum vitae ante el gran público.
Su estilo es agresivo, rápido y no apto para cardíacos. No busca convencer al interlocutor; busca aniquilarlo dialécticamente frente a la cámara. Usa el tecnicismo legal no como una herramienta de precisión, sino como un garrote para demostrar superioridad intelectual en el barro de la discusión mediática.
Del meme a la política y las causas radioactivas
Pero quedarse solo en el personaje de «troll» televisivo tiene un techo, y Oneto lo sabe. El abogado que se hizo famoso peleándose con panelistas intentó dar el salto a las grandes ligas del poder real.
Sintió el clima de época antes que muchos y se pegó temprano al fenómeno de Javier Milei. Su perfil de «outsider» enojado con el sistema encajaba perfecto, al punto de convertirse en candidato a vicegobernador de la provincia de Buenos Aires en la fórmula con Carolina Píparo. Aunque la aventura electoral no terminó en cargo, le dio una vidriera política que validó su personaje.
Y en el ámbito estrictamente penal, también buscó salir del nicho. Coqueteó con el fuego al asumir, aunque brevemente, la defensa de Máximo Thomsen, el más complicado de los rugbiers condenados por el crimen de Fernando Báez Sosa. Agarrar esa papa caliente, la causa más odiada por la sociedad argentina, fue una señal de que Oneto tiene la ambición y el cuero duro necesarios para jugar los partidos que duelen de verdad en Tribunales, más allá del show de Intratables.
El síntoma de una época
Para sus críticos, Oneto es un showman insoportable que bastardea la profesión y reduce el derecho a un espectáculo de chicanas baratas. Para sus fanáticos, es un justiciero necesario que pone en su lugar a la «casta» y a los dueños de la moral.
Más allá de la grieta, Francisco Oneto es el síntoma perfecto de la abogacía en la era del scroll infinito. Es la demostración de que, en la Argentina actual, la autoridad no te la da necesariamente la trayectoria académica o los años de pasillo en Tribunales, sino la capacidad de generar un clip viral de 30 segundos que humille a tu oponente y te consiga cien mil seguidores nuevos antes de que termine el programa.
